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8 de mayo de 2016

La Bachillera de Roser Amills

Hace menos de una semana que empecé esta nueva novela de Roser Amills, la tercera que leo de esta escritora afincada en Barcelona y no la he acabado ya porque tengo otras mil cosas que atender, pero me queda poquito y no puedo dejar de escribir ya sobre su protagonista, Leonor. 
Portada y contraportada. Fuente: www.roseramills.com

Tenía ganas de leer este libro desde que lo compré en la librería Central, en la calle Mallorca de la capital catalana, donde Amills hizo la presentación del libro. Me gustó entrar en ese universo de palabras encuadernadas, nuevo para mi, donde cada libro tiene su lugar, a lo ancho de dos amplios pisos, el segundo de los cuales alberga una cafetería, con una acogedora terracita, donde poder tomar un refresco mientras hojeas algunos libros o esperas a que una autora con mucho gancho haga su aparición en la escena.

El caso es que no quise perderme la presentación y fue un placer volver a escuchar la disertación de Roser Amills acerca de detalles curiosos y de la motivación de escribir esta historia, que va de una mujer fuera de convenciones, y eso es lo que más me atrae de la historia, y con lo que más me identifico. Leonor hace con discreción lo que no debe hacerse, es dueña de su vida y de su cuerpo y escapa a su destino con un poco de buena fortuna y mucho coraje e inteligencia. Se sale de moldes y eso me encanta. Es una heroína anónima. 

El primer capítulo me lleva a sentir una rabia inmensa contra la injusticia y el abuso de poder, y ahí ya me engancho a la historia sin parar, seguir adelante, saber  que pasará después de semejantes sucesos. Y así página tras página, entre la hipocresía y la rigidez de costumbres de la época, la protagonista va coronando con éxito las metas que se había propuesto, que eran estudiar para ser profesora y no pertenecer a ningún marido. Insaciable lee obras impensables para una señorita de la época y conoce verdades que hace suyas. Sin tapujos y con sabiduría escoge con quien quiere compartir sesiones de alcoba y disfrutar como pocas sabían o se hubieran atrevido en su época. Y me encanta, cómo es amiga de sus amantes. 

Explica Amills, y coincido con ella, que existe un gran paralelismo entre aquellos personajes y lo que somos hoy en día, y es que las pasiones no varian, si acaso los modos y tampoco tanto. Seguimos enamorándonos, a veces de quien menos debiéramos; seguimos los dictados de la época con esperanzadoras excepciones, y me gusta darme cuenta de que, aún siendo pocas, hay personas que se atreven a ser genuinas y a Vivir en mayúsculas. Haberlas, háylas, como las meygas o como las hadas.

Y yo ando aprendiendo de ellas. (Continuará...)


Acabo de leer la última página de la novela y me quedo con un regusto algo amargo, como esta tarde nublada de domingo. La causa no es para nada la prosa de Amills, que me parece rica, y de la que me encanta esa gracia para contar cómo salirse de las normas que en cualquier época pretenden que las personas muramos en vida. La causa de mi tristeza está en volver a saber de la capacidad de cometer atrocidades de la especie humana. Y es curioso que en esto se mantiene una constante a lo largo de la historia. Tengo la sensación que nuestra incapacidad para amar nos lleva a las mayores salvajadas y que todo ello deriva de ese vacio inherente que sentimos como especie, esa soledad en la que transcurre cada una de nuestras vidas, sin remedio posible. Y si bien es cierto que las cosas que nos relata Amills pasaron hace mucho tiempo, los personajes malvados y poderosos psicópatas siguen merodeando por las esferas de poder actuales. Y a mi no me gusta sentirlos sobre nuestras cabezas. Hemos vivido unos años hermosos de luchas y de ir hacia adelante, en los que hemos podido tomar espacios para que nuestras vidas fueran un poco más libres y dignas, y mucho me temo que se ciernen años de retroceso sino nos organizamos para defender lo que por derecho de vida nos pertenece.

Es importante seguir escribiendo para traer a la memoria todo aquello que fue silenciado por miedo, ahora que todavía podemos hacerlo. Por eso me encantan las novelas que escribe Almudena Grandes, recordándonos la realidad de nuestra no tan lejana y cruenta Guerra Civil. Por eso leo también a Julia Navarro, que me ha permitido conocer otras muchas historias lejanas e interesantes.
Con La bachillera podemos saber de aquella mujer valiente y de aquellas familias "xuetes" de  la Mallorca, en los años en que España eligió volver al ostracismo de un rey absolutista y retrógrado como fue Fernando VII.

Conviene conocer la historia, porque no son sólo los protagonistas más oscuros del poder los que quisieron enterrar en el olvido a tantas personas, es que la propia ignorancia de las gentes les permite tamañas infamias y abusos. Y es que sólo el conocimiento, la valentía, el coraje y la organización permite una ventana de esperanza. Cuando una sabe puede transgredir aquello que le oprime. Cuando el pueblo conoce, no es tan fácil doblegarle.

Y por todo esto es tan importante leer, pensar y organizarse para defender que podamos seguir trayendo al presente tantas vidas maltratadas. Rescatar del olvido a los seres silenciados siempre es importante y necesario para reescribir la historia y entender que no podemos dejar que se repita con tanta facilidad y para hacer posible que en un futuro nadie tenga la necesidad de hablar de nosotras como víctimas porque no dejaremos que nadie nos pise y vamos a saber defender nuestras vidas con alegría y desobedeciendo si hace falta las normas impuestas.